Un crack del Periodismo 

EN LA BOCA DEL TÚNEL 

Escribe:  FERNANDO JIMENEZ 

No era un atolondrado para cerrar una edición. Era un poeta. No era un redactor empedernido en busca de la noticia. Era un escritor. No era un obsesivo en buscar cables del exterior del teletipo. Pero conocía el mundo como ninguno. No era básico en desarrollar un hecho, era un cronista espectacular. Un crack del periodismo, un fanático de las tertulias, la buena conversa y el café humeante, el buen vino, ron o pisco. Sin ello no existía la vida para él, ni para quienes lo acompañaban. Ese era Eloy Jáuregui Coronado. Se fue un grande de las letras, de la filosofía urbana, de la calle, del asfalto. No fue más porque no quiso ser. Fue un romántico de aquellos. 

Lo conocí a inicios de los 80. Frente al Luna Park de Buenos AIres. Quería entrevistar a Carlos Monzón. No sé si lo entrevistó, pero la semblanza que hizo de él, fue mejor de si lo hubiese entrevistado. Cara de niño travieso, lentes con lunas cuadradas y grandes, como Héctor Lavoe. Bufanda en el cuello. Mirada picara. Sonrisa de yo no fui. Y criollo con sello de barrio limeño. Así lo describí la primera vez que lo vi. Fácilmente pudo haber trabajado en El Gráfico o quizás hubiese sido corresponsal de The Ring, las mejores revistas de deportes y boxeo de Latinoamérica. Era mayor que yo, pero por muy poco.  

Cuando vine de vacaciones a Lima, a mediados de los 80, estaba de moda el boxeador Fernando Rocco. Esa noche iba a pelear con Julio Monzón. Los organizadores le dijeron a la prensa que era el sobrino de Carlos. Era finta. Solo para darle un atractivo a la velada boxística en el Amauta. Llegué a las silletas que colindan el ring y al primero que vi y me sacó una sonrisa fue Tito Navarro, quien transmitía la pelea: ¡Ahí le mete un cross de derecha y lanza un uppercut! Relataba con su voz estentórea. Jajajaja, estás hablando en difícil, le grité mientras me ubicaba en una silla cerca del ring. Esa noche ganó por puntos Rocco en una decisión parcializada del jurado 

Con mi primo Samuelito Castillo, Eloy Jáuregui, Manuel Paz y no recuerdo quién más, nos fuimos a chupar a uno de los bares de Petit Thouars. Comentábamos de la pelea y nos enfrascamos en una polémica tenaz si Muhammad Alí era el mejor de la historia del boxeo. La técnica de Sugar Ray Leonar, la fiereza de Monzón, la fortaleza de Ringo Bonavena y Mano de Piedra Durán. Todo ello con los rones, piscos y cerveza, con sus respectivos cigarros para capear la ansiedad y el trago que entraba suave a nuestro organismo. Así éramos los periodistas de antes 

Cuando regresé definitivamente a Perú en 1989, lo primero que hizo al verme en la sala de Redacción de El Nacional, fue jalarme de la mano, subirme a una móvil y pedirle al chofer que nos lleve donde Rolando, su cevichería favorita, que quedaba en el Jirón Washington, casi al llegar a Quilca. Tres horas de charla que se hicieron interminables. Me contó que su papá lo llevaba siempre de niño a ver Catchascán y era fanático de El Santo, el enmascarado que se agarraba en combates inolvidables con el Indio Comanche, Manolo Moza o el Chinito Mandarín 

«Cuando murió mi viejo escribí una columna en Marka, donde trabajaba. Contaba que en sueños me agarraba a golpes con El Santo. Y cuando lo tenía noqueado, le saqué la máscara para ver quién era y sabes quién era: Mi viejo. Así terminé la columna». De la PM loco, si la tienes en archivo pásamela para deleitarme. Era un periodista diferente. Una vez le hizo una entrevista sensacional a Celia Cruz en El Nacional. La famosa morena cubana quedó embelesada con esa nota. Se alojaba en el Sheraton y al siguiente día lo confundió a Eloy con Roberto Salinas, cómo eran bien parecidos, lo llevó a su habitación y le regaló un whisky Chivas Regal. Celia pensó que Roberto era el que le hizo la entrevista. «Se lo diste a Eloy?, le pregunté cuando me contó. Me lo tomé de un saque, me dijo riéndose 

Una noche estaba escribiendo apurado el texto del Boys que le ganó al Kiwi y volvía a primera división y se acerca Eloy: Vamos a hacer un libro del Boys. El director será Roberto (Salinas), yo seré el editor y tú el que hará las entrevistas. ¿Cuánto te saco de guita? Tú dirás. Que te parece mil dólares. Lo miré sonriente y le dije: Dónde firmo. Y agregué: Oye loco, más tarde viajo a Buenos Aires a traerle un concurso a Lorenzo (Villanueva). Estaré 15 días por Baires, a la vuelta lo hacemos». Lo que usted diga maestro, respondió. No me esperaron y creo que el libro lo hicieron ambos. O solo fue Roberto. 

Cuando escribí mi primer libro en el 2016. Tenía que elegir un colega para que me haga el prólogo. Elegí a los tres que me deslumbraban con sus columnas, y que además sean mis amigos. Así que elegí a Eloy, a Jorge Barraza y a Jorge Esteves. Como iba a dejar de lado a alguno de ellos si escriben con un talento muy propio de los elegidos. Ellos se dignaron a escribir los prólogos de mi libro: En La Boca del Túnel 

El domingo por la noche, me sorprende por el whatsaap, Miguel Toledo. Ha fallecido Eloy Jáuregui, verifica y comprueba. A los pocos minutos se confirmaba la noticia. Se fue un grande, pudo ser más, pero no quiso. Su talento difícilmente será igualado. Las crónicas lo van a extrañar. La última vez que lo vi fue en una Feria del Libro en Chimbote. Rolando Lucio y Orlando Bermúdez, me invitaron a dar una charla. Ahí lo encontré a Eloy. Nos dimos un abrazo y me dijo: Al final curtimos unos vidrios, hace años que nos debemos unos tragos. 

Te fuiste Eloy. Dios te recibirá en el cielo. Ojalá algún día reconozcan lo grande que fuiste. Chau loco, lamento tu partida.