ESPECTACULAR

Columna En la boca del tunel
Columna En la boca del tunel

 

EN LA BOCA DEL TÚNEL

 

Escribe: Fernando Jiménez

(Desde Moscú, Rusia)

 

                           

 

El corazón empezó a palpitar como queriendo salirse de su recinto. Miro mi reloj y son las 4 y 33 de la tarde. El mundo pone los ojos en Rusia. Los voluntarios nos ubican en un lugar privilegiado. La tarjeta señala: Block A207, Desk 357, Seat C. El estadio está totalmente colmado. Luce hermoso, apoteósico, se ha vestido de gala. Está coqueto porque sabe que tiene al mundo a sus pies. Va a empezar la fiesta. El pupitre que nos han asignado tiene una pantalla de TV de 19 pulgadas. Conectamos la laptop. El wifi funciona. Confieso que estoy emocionado. A mi edad, a mis años de periodista quizás acostumbrado a esta clase de eventos, la emoción me gana y me derrota. Soy humano.

Robbie Williams canta en medio del campo. El escenario es un balón que alberga a decenas de bailarines. Entra Ronaldo, el Fenómeno, de la mano de un niño y le da ternura al espectáculo. El nene está con el balón del Mundial bajo el brazo. Me detengo a mirar los rostros del público. Son las caras del planeta. De todos los países, de todas las razas unidas por un balón de fútbol. Si el inventor del fútbol hubiese imaginado esto no se hubiese querido morir nunca.

Se me hace un nudo en la garganta cuando veo ingresar a los representantes de cada delegación que se suman al círculo central en el que se dibuja un enorme balón. Robbie Williams interpreta “Ángels”. Entran las banderas de los 32 países y veo la mía. La roja y blanca más hermosa que nunca, cautivadora, altiva y romántica. Derrama garbo y prestancia. Sabe que la están mirando. Luce orgullosa. Hay 80 mil espectadores en el Estadio. Más de 5 mil millones que ven por TV esta inauguración. Se despliega dos banderas enormes, la de Rusia y Arabia Saudita.

 

Habla Vladimir Putin. La hace larga para una ceremonia sobria y moderada, pero emocionante. Lo tenemos cerca al presidente ruso, es la imagen viva del que vemos en la televisión. Señala que el deporte sirve para estrechar lazos entre las naciones. “En nuestro país no es precisamente el deporte más popular, pero los rusos amamos el fútbol y queremos hacerlo bien. Bienvenidos a Rusia”, cierra con estas palabras su discurso. También habla el presidente de la FIFA, Gianni Infantino. Se dirige al público en árabe y en ruso para dar la bienvenida a ambas selecciones.

 

Y empieza el Mundial. Jorge Esteves, entrañable amigo y colega, me dice: “Te diste cuenta en el lugar que estamos. Mira que nosotros hemos estado en otros y es la primera vez que nos dan un lugar privilegiado. ¿Sabes por qué? Porque somos periodistas de un país mundialista. En los anteriores que hemos estado no teníamos este privilegio. Mira a los colegas que están detrás nuestro y mira a los que están debajo”. Me pongo a pensar y le doy la razón. No me había percatado de ese detalle. Una cosa es llegar con Perú en los mundiales y otra acompañando a otras que son de la región, que las podemos querer, pero no son nuestras.

 

El partido inaugural es una anécdota. Rusia le ha metido cinco goles a una débil Arabia. Los árabes están avergonzados. Han debutado con una derrota humillante. Rusia, si bien es cierto, tuvo un rival débil al frente, es una selección respetable con un buen trabajo de Golovín y aprovechando el primer tanto de Gazinsky apenas iniciado el encuentro. Espere más de Smolov, pero no estuvo en una buena jornada. Uruguay no le va a dar esa ventaja y ahí recién veremos su verdadero potencial, aunque para alegrar a su país bien vale esa goleada.

 

El sábado a la madrugada viajamos a Saransk. Llegaremos cinco horas antes del partido. Espero un partido inolvidable de Perú. Me comentan que Gareca se rompe la cabeza y prueba todas las piezas. No los ve juntos a Paolo con Farfán. El todo puede más que el uno. No intento ni sugerir nada. Cada que se hizo una observación nos terminó dando la contra e hizo lo distinto. Veremos como arma el equipo. Solo él lo sabe, lo demás son meras especulaciones. A esperar con la ilusión de volver a ser lo que algún día fuimos y al menos en faenas impresionamos al mundo.