Por Fernando Jiménez
Cuando uno empieza en la profesión quiere ser como Roberto Carlos, es decir quiere tener un millón de amigos. Pero a medida que se acerca el final, solo se quiere quedar con dos patas… (para caminar). A medida que transcurre la carrera hay una serie de sentimientos encontrados. Risas, llantos, alegrías, tristezas, emociones, decepciones, triunfos históricos y derrotas vergonzosas. Buenas amistades y también las peligrosas. Feeling con muchos personajes, odios y rencores de los disconformes. Admiración de los unos, criticas de los otros. Reconocimiento de los jóvenes, envidia de los mayores. Todo eso encierra la vida de un periodista deportivo. Hermosa profesión, incomprendida por quienes no la ejercen, críticos a ultranza, pero sin conocer la verdadera cocina de lo que es este trabajo.
Soy un romántico empedernido. Demasiado, creo yo. Amo la literatura descriptiva, novelesca, que me emocione y me encandile. Recuerdo cuando era joven devoraba los primeros libros de Mario Vargas Llosa: “La Ciudad y los Perros”, “La Tía Julia y el Escribidor”, “Conversación en la Catedral”, eran mis preferidas. Me encantaba leer las crónicas sobre los terroristas de la Revista Gente de Buenos Aires. Las entrevistas imperdibles de René Sallas o de Gabriela Cociffi de Siete Días. Las dos con preguntas puntuales, sin irse por las ramas. O leer detenidamente a la italiana Oriana Fallaci sobre corresponsalías de guerra. Las columnas de Horacio Pagany en Clarín, sí el mismo que ahora brama en la TV. La pieza de columna costumbrista de Oswaldo Ardizzone en Tiempo Argentino o de Natalio Gorín en El Gráfico, el más ácido crítico que tenía esa prestigiosa revista.
Me encantaban las crónicas viajeras de Pocho. La pluma fina de Oscar Vargas Romero, “Chapana”, el periodista más versátil que conozco. Escribía política, espectáculos y temas de actualidad con el mismo talento. Una vez Guillermo Thorndike le dijo: “He pasado por Plaza Castilla en Lince y he visto como 2 mil niños, anda cúbrete eso y mañana venderemos 10 mil ejemplares más”. Chapana hizo ocho páginas y le tapó la boca. Lo quiso humillar mandándolo a cubrir deportes, pensó que no podía hacerlo. Cómo no encandilarme con las columnas de Roberto Salinas en El Nacional, las piezas literarias de Eloy Jáuregui. Un día la entrevistó a Celia Cruz y la morena quedó embelesada con la nota. Otro día escribió sobre Lolo Fernández y Oscar Vergara “Osver” me mostró su texto y me dijo: Da gusto leerlo hasta en las carillas, no hace falta ver la nota parada en el periódico.
Me encanta el estilo de Jorge Esteves cuando emergió en El Bocón. O de Victor “Pico” Patiño a quien hasta ahora lo leo en El Trome con su columna El Buho. La aparición fulgurante de Victor Aguirre, lástima que murió. Me gusta como escriben el Neto Cavagneri y el Lobo Esteves, por suerte los tengo a mi lado. Me agrada leer a Gambiarazu y a Bragayrac en El Bocón. Le perdí el rastro a Elkin Sotelo, quien apuntaba para bueno. Me gusta Mario Fernández cuando entrevista y escribe en El Comercio. El “Poeta” Alan Morales quien ahora dirige El Popular. Y el desenfado de Leiter García. Tienen gusto para escribir y eso valoro mucho.
Se me escapan algunos. Ya los recordaré. Me agarra nostalgia escribir sobre esto, ya que hoy es el Día del Periodista Deportivo. Cumplimos 77 años en el Círculo. Y ahí estaremos para abrazarnos con los colegas del ayer, de hoy y del mañana.