Almorzando con Diego

Columna En la boca del tunel
Columna En la boca del tunel

Por Fernando Jiménez

Diego García Venegas es un hombre multifacético. Tiene 75 años. Empezó como futbolista en la década del 60 jugando por el Sacachispas de Breña, de ahí pasó al Defensor Lima y cerró su carrera en el Defensor Arica. Quiso ser militar, pero no pudo cristalizar su sueño. Un día se animó a buscar un trabajo y fue a La Prensa, cuyo Jefe de Deportes, era el ingeniero Federico La Rosa Toro quien le hizo unas preguntas de deportes y quedó satisfecho. Empezaba así su carrera periodística. Un año después estudio para profesor de Educación Física. Culminó sus estudios y viajó a Brasil. Estuvo un par de años, se enamoró de Regina, se casó y volvió al Perú, tras graduarse en la Universidad de Río de Janeiro

El martes al mediodía me llama Juanelo Bolívar, gran colega y amigo y me dice que le van a ofrecer un almuerzo a Diego García aprovechando que está en Lima. Ayer jueves, nos juntamos en la Alameda Hacienda Club de Miraflores con los colegas de antaño como Justo Linares, Raúl Dreyffus, Raúl Dávila, Julito Alzola, Manuel Paz, Carlos Gil y se agregó Julio Gómez, gran preparador físico también. La charla fue imperdible. Los recuerdos de cuando compartían sala de redacción. ¿”Te acuerdas cuando hacíamos los Interbarrios?”, dice Diego. Juanelo le responde: “De ahí salieron muchos cracks. Casi todos los del 70 pasaron por ese torneo que nunca más se repitió en el fútbol peruano.

Diego cuenta que cuando regresó de Brasil con su esposa, trabajó en Cristal como preparador físico del alemán Rudy Gutendorf. “Estuve seis meses con él. Era un buen entrenador y muy riguroso. No lo entendieron y terminó yéndose. Después me fui a dirigir al Defensor Lima y no tuve mucha suerte. Me fui a seguir trabajando de periodista a La Prensa y ya en el gobierno de Morales Bermúdez me comisionaron a escribir un partido entre Perú – Chile. Nos ganaron y puse: Nos ganaron la guerra y nos vuelven a ganar ahora. No le gustó al gobierno militar y me fueron a buscar a mi casa para meterme preso. Estuve 8 días en Lurigancho. Mi esposa lloraba todas las noches. Al final quedé libre. La Prensa no movió un dedo. Me sentí mal y decidí irme del país. Quedé traumado”, cuenta Diego.

Comenta también que Ramón Mifflin lo llevó al fútbol de Estados Unidos. Regresó a Brasil para trabajar en el Vasco Da Gama, después en el equipo de básquetbol de Fluminense. Hizo toda su carrera en Brasil, donde reside junto a su esposa y dos hijas brasileñas. Todos lo recuerdan con afecto y cariño. El guarda un sentimiento especial por José Alfredo Enciso. “Fue mi jefe y de él aprendí mucho en el periodismo. El ingeniero La Rosa era un capo. Recuerdan todos las Escuelita de don Pedro Beltrán. Justo Linares en su discurso de bienvenida dice: “Cuando don Pedro fue llamado a la Presidencia del Consejo de Ministros se cayó en sus ventas La Prensa. Los de Última Hora, el hermano menor, tuvo que ayudar para que todos puedan cobrar sus sueldos”.

Diego dice que hace un tiempo leyó el libro Los Últimos Días de La Prensa que escribe Jaime Bayly. “Me sentí identificado porque increíblemente todo lo que cuenta es verdad”. Los abrazos de despedida y la promesa de volvernos a ver. Este sábado 13 vuelve a Brasil y reafirma el dicho: “No hay profeta en su tierra”.